La alarma del teléfono celular suena rimbombante a las 3:25am, normalmente la ignoro hasta que me regala otros cinco minutos de descanso, solo para robarme el delirio de que podré tener el aliento de saludar al sol desde mi cama [iluso]. Como todos los días, bajo al fondo de mi casa, me cepillo los dientes y lavo mi cara, me quejo del idiota que dejó un desastre de agua regada en el lavadero y me preparo para tomar un vigorizante baño de agua enfriada por la noche. Antes de pensarlo dos veces, ya he desayunado y estoy listo para salir de mi hogar, varias horas antes de que alguien se moleste en darse cuenta de que no estoy.
Como todas las mañanas, espero con impaciencia el transporte escolar, “la ruta”, que me dejará frente a la facultad de ingeniería, en una avenida muy transitada de una ciudad muy calurosa donde nadie es amigo de nadie y todos funcionamos muy al estilo inglés “Yo no tengo amigos, sólo tengo socios estratégicos”.
Antes de comenzar la expectación por “la ruta”, tomaré mi número mientras ruego a los cielos porque al chofer del autobús esté de humor como para no dejarnos encallados en el pueblo de los aburridos, lanzando improperios contra su pobre madre, quien probablemente no tenga nada que ver en ese asunto. Saludaré a los conocidos y me sentaré en algún lado esperando ver una cara amigable para amortiguar un poco el estrés del día anterior y poder olvidar el hecho de que falta más de una hora para que amanezca. Siempre hay alguien con quien hablar, no se puede olvidar que somos todos soldados de la misma guerra, muy a pesar de que las batallas sean distintas y los enemigos muy diferentes. Molestaré a cualquiera hasta que se aburra con mis discursos y saldré caminando al trote, sobrecogido por la simple emoción de ver “la ruta” llegar, matando de una puñalada en la espalda la preocupación por entrar tarde a la clase de geometría.
Detesto ir en el autobús, por alguna razón no puedo dormir en esos buses del carajo, por lo que le confió mi entretenimiento a la música y a las redes sociales que me presta mi buen y odiado compañero de viajes; Mi celular.
Al llegar a mi futura Alma Mater, desperezo mi cuerpo, y trato de olvidar esas dos horas de viaje, el reloj marca 6:40am, aprovecho los veinte minutos libres que me quedan para desayunar de nuevo y discutir con mis compañeros sobre si seré capaz o no de aprobar el examen de hoy.
Lo siguiente es bastante sencillo hablando en términos prácticos y obviando todos los pequeños y grandes problemas que acarrea el hecho de poder de hacer tres de las cosas más importantes de la vida: comer, estudiar, comer y volver a casa de la misma manera en la que llegué en primer lugar, para prepararlo todo para el día siguiente, la lucha continua, el combate no ha finalizado, la marcha es lenta pero aun así continua siendo marcha.
Ya para terminar…
Dejando a un lado lo egoísta que pueda sonar el titulo de esta entrada (esta nota pudo llamarse "Nuestra lucha", total, que es la misma miseria), pero debo aclarar que simplemente no lo es, y no lo es por una razón muy sencilla; a pesar de que parece que comparto esta batalla con el enorme número de estudiantes que también combate día a día, no lo hago, de hecho, dudo que cualquiera de nosotros esté interesado en hacerlo, a fin de cuentas nadie quiere cargar con las contrariedades de otro, y menos aun cuando ya se lleva en la espalda un voluptuoso número de estas problemáticas compañeras.
Kevin Yépez
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