Facebook Badge

martes, 23 de noviembre de 2010

Anatomía I para Ingenieros

Prefacio: Errores que matan y viceversa.
La prueba obligatoria de ingreso a la universidad había terminado, fui uno de los primeros en salir del aula donde la habíamos presentado. Caminaba tranquilamente hasta que me encontré con un compañero de clases, le pregunté  qué carrera pensaba estudiar y su respuesta inmediata fue: Medicina. Un chasquido me hizo regresar a la realidad, a esa realidad que me había planteado tantas veces hasta que me vi en el primer año de bachillerato y decidí que no quería molestarme estudiando por siete años cuando podía ser un ingeniero en solo cinco. No me di cuenta de mi error hasta un año más tarde. Ahora que lo pienso, de haberlo hecho tal vez habría corrido a rogarle al profesor que aplicó la prueba que me diera una segunda oportunidad, quizás alegando una mentira, algo así como que: “No me había fijado que debía marcar la opción E para No estoy de acuerdo y la opción A para Completamente de acuerdo, pensé que era al revés.” Sin embargo no lo hice y ahora debo estudiar no siete, sino quizás hasta ocho años, eso si Dios lo permite, pero ¿saben qué? No me arrepiento y más tarde diré por qué.

– ¿Qué quiere ser mi sobrino cuando sea grande?
– Cardiólogo tía.

Introducción a la Ingeniería: Álgebra Lineal, Cálculo I y Geometría.
Desde las primeras semanas de clases en la Facultad de Ingeniería en aquella ciudad calurosa y de gente que no se preocupaba por los demás de la que hablé hace ya mucho tiempo, sabía que había cometido un error táctico al elegir mi carrera y más aún; mi camino en la vida. Aunque ciertamente pensaba que no sería un problema ser un profesional al que le habría gustado estudiar otra carrera, después de todo y a pesar de todo, amaba y creo que aun amo la ingeniería, además de que no sería ni el primero ni el ultimo al que le ocurriera ese pequeño gran infortunio. Mi familia se sentía orgullosa de tener al primer ingeniero en la familia (después del fiasco que había logrado ser uno de mis primos, quien por cierto, espero pronto se gradúe de contador o economista, la verdad no sé qué estudia).
No sé si por algún  método erróneo de estudios (sé que los hubo), o porque en realidad no nací para los números, en menos de un mes me vi abrumado por las bien y mal llamadas “Tres Marías”, esas membranas semipermeables a través de las cuales se debía pasar para saber si en realidad se tenía madera de ingeniero.

 Súbitamente, mientras me encontraba viajando a 400Km/h avisté un muro que no podría evitar, me estrellé contra él con toda la fuerza que se pueda imaginar, pero sobreviviría (aún estoy herido, pero sobreviví).

Realmente me estaba hundiendo en el abismo más profundo  que mi vida había visto, pero tristemente para mí, solamente había comenzado el descenso.
Olvidaba decirlo, en este periodo conseguí a muchos de los mejores amigos que se pueda pedir y con los cuales me gustaría compartir mi futuro o al menos parte de él, pero estoy divagando.

Verano color fecal: El Álgebra es para locos, “especialmente contigo, Jenny Beckman… Perra.”
Si el odio se pudiese medir, habría que inventar escalas nuevas para la aversión que sentí y siento por la cátedra de Álgebra Lineal (no quiero culpar a nadie, pero estoy seguro que es gracias a la profesora).
Pasé un mes de vacaciones metido de cabeza en la universidad (estaba seguro de que no sería capaz de aprobar álgebra así que decidí tomar un curso de verano). Me pasaba toda la semana en aquella ciudad calurosa, siempre esperando cada viernes para volver a mi casa, a pesar de todo, uno puede llegar a amar incluso el pueblo más pequeño y aburrido cuando se arraiga a él. Aunque en aquel momento esa enorme ciudad no era el lugar más entretenido en el que se podía estar, gran parte de mi día se pasaba en horas de constante estudio, pero una parte mayor de ese día se pasaba en horas y horas de tedio, mis niveles de estrés comenzaban a rosar niveles que nunca antes había experimentado y espero jamás volver a experimentar. A estos días los bauticé: Días semi-infinitos. Pero esta es solo parte de la historia de aquel verano.
Cada viernes por la tarde, sábados y domingos recogía los frutos de las amistades que había cosechado. Me hice de un grupo de compañeros “reciclado”, personajes a los que de una forma u otra había olvidado, me recogían en su seno y ahora formaban parte fundamental de la vida (y siguen haciéndolo). Estos dos días y medio de descanso resultaban ser el alivio a los otro cuatro de aburrimiento y estudio. El simple hecho de tres o cuatro personas reunidas para ver películas o jugar algún videojuego, o hasta quizás simplemente hablar de temas que parecían filosóficos e importantes, esos pequeños detalles, esas simples cosas pueden salvar a un hombre de la locura o algo peor.
Finalmente el verano termino, tuve otro mes de vacaciones tan relativamente normales y entretenidas que preferiría no contar ya que se ha vuelto algo irrelevante y me desviaría más del tema (aunque hasta ahora no se cual sea). Pero sigo divagando.

– Dios te doy gracias por mis amigos porque sé que en ellos habita tu presencia y compañía.

De vuelta al abismo: Tocando el fondo de los fondos.
Recuerdo que aunque me levanté a la hora habitual de asistir a clases aunque sabía que ese día no ocurriría tal cosa. Ese día visitaría por segunda vez la Facultad de Medicina. El hecho es que tenía que asistir a una clase que no quería ver de Geometría, pero en su lugar, decidí acompañar a tres de mis amigos (dos chicas y un chico) a buscar su carnet estudiantil y consignar algunos documentos que les eran requeridos… Increíblemente me enamoré de un edificio.
Al día siguiente me avisaron que aunque presentara la siguiente prueba de Cálculo I y la aprobara con la nota máxima muy difícilmente lograría aprobar la cátedra y la decisión final quedaría en manos de aquella profesora a la que no odiaba ni apreciaba lo suficiente. Ese mismo día decidí abandonar la materia, pero decidí una cosa más importante aún y pude hacerlo gracias a que los duros golpes y gratas emociones recibidos el verano que había pasado estudiando, vagando y charlando me habían enseñado a poner mi vida en perspectiva, a decidir lo que en realidad podía hacer con mi vida y que en mí, así como en cada persona hay un poder infinito que nos permite ser y hacer cuanto queramos mientras queramos. Debe tomarse en consideración que para aquel entonces el estrés acumulado por los deberes y una enorme cantidad de factores terribles que ni siquiera quiero recordar, me había hecho tocar fondo (o eso creía yo); estaba destruido y aunque lo intentaba no lograba armar mi propio rompecabezas. Sin embargo una decisión enorme se había tomado, y esta vez era yo el que había arrebatado las riendas de mi destino: Estudiaré medicina.
Me he dado cuenta ahora de que había basado mi felicidad en satisfacer las expectativas de otros, bien sea mi familia, profesores e incluso otros compañeros. Después de todo, un muchacho que termina el bachillerato a los quince años de edad no puede ser sino un genio en cualquier área del conocimiento conocida por el hombre e incluso algunas áreas conocidas solo por algunos primates inferiores. No soy y nunca he sido un genio, simplemente he tenido la habilidad de aprender las cosas más rápido aunque no creo que esta habilidad funcione bien para las matemáticas.
Ahora el control de mi dicha estaba en mis manos pero realmente no sabía cómo hacerlo funcionar, iba a estudiar medina y eso me hacía feliz, pero las preocupaciones por limitantes y requisitos que ahora parecen absurdas habían terminado destruyéndome, en un intento desesperado por reorganizar mi vida había conseguido que el fondo de los fondos no fuera lo suficientemente profundo y tenía que seguir hundiéndome hasta que alguien lanzar una soga o me ahogara.

Las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.
Un día en el que me sentía particularmente desanimado comencé una charla cualquiera con uno de mis amigos vía chat electrónico, no parecía nada del otro mundo porque para aquel momento tenía mi mente en otro sitio: reunir los requisitos necesarios para el cambio de carrera. Si mal  no recuerdo el también estaba resolviendo sus propios asuntos. La conversación se había enfriado y estaba a punto de apagar todo e irme a dormir cuando me preguntó si había algo particular que me molestase últimamente. Mis escudos encontraron una intromisión que intente destruir de inmediato y dije algo casual como: “No, todo bien”. Aunque en realidad no había nada bien, y él lo sabía porque había tomado nota de mi hábito de escribir y de esa forma logró atravesar la frontera que pensé estaba más protegida: mi mente. Aunque para no dar tanto crédito, no era tan difícil, últimamente todos mis comentarios y cualquier cosa que escribiese sonaban, o mejor dicho, se leían sufridas y oscuras.
Yo mismo sabía que ese comentario casual no era para nada convincente así que no me sorprendió la insistencia sino la razón por la que bajé mi guardia, una especia de pregunta/chiste: “¿Vas a ser papá?” Explote en una carcajada aunque aún hoy pienso en esa pregunta y me doy cuenta de que la mayor parte de mi sufrimiento fue causada por mí mismo, de hecho, somos padres y madres de nuestro sufrimiento. Quiero decir, de haber sido esa la realidad, habría tenido un gran inconveniente entre manos, y más que eso, una responsabilidad enorme que habría eclipsado cualquiera de mis problemas para aquel entonces.
Irónicamente aquellas cuatro palabras en broma, desactivaron mis defensas, describí la forma y figura de mi amargura y su campo gravitatorio externo, no pedía ayuda, pero la necesitaba. Mi amigo comenzó a contarme sucesos a los que sería difícil hallar sentido en situaciones corrientes como cuando se toma café con galletas en una tarde. Me habló de Dios y de cómo aferrarse a él concede la paz necesaria para seguir avanzando. La charla duró por varias horas que parecieron minutos (al menos para mí), porque estaba escuchando lo que necesitaba, el súper pegamento para armar mis propios pedazos: la paz y más que eso, la forma de llegar a ella: Dios.

Bendito sea el Dios y padre de nuestro señor Jesucristo, padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos nosotros también consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. (2 Corintios 1:3-4)

Arpegio y uso de la mano derecha.
A pesar de la rumba de errores cometidos no me arrepiento de ninguna de las estupideces que hice a lo largo de estos dos años y no lo hago porque me ayudaron a emprender mi propio viaje espiritual, mi propio camino de Compostela, a conocerme como ser humano y a reconocer a los demás como tales.
La novela que estoy leyendo actualmente habla acerca de un pueblo llamado Vitoria y de su catedral, la catedral de Santa María, que había sido construida siglos atrás y que a lo largo de esos siglos había sido cambiada y modificada, paredes se habían construido aquí y demolido allá, se habían puesto andamios de metal para reforzar y proteger el interior. El autor de esa novela dice que cada uno de nosotros es esa catedral, adaptándose y remodelándose para evitar el colapso, siempre protegiendo el interior, donde están los vitrales pintados y las reliquias valiosas.
La vida es una escuela donde se está en constante aprendizaje, pero algunas cosas tienen que suceder primero para dar lugares a otras. Para poder afinar una guitarra es necesario conocer el sonido de su sexta cuerda ya que cuando se conoce este se puede afinar las demás cuerdas a oído.

“Mi quinta cuerda debe sonar igual que mi sexta cuerda en el quinto traste” – El joven instructor de guitarra.

Aquellos dos años dejaron marcas que serán imposibles de quitar, son cicatrices que llevaré como medallas, símbolos de cada batalla que luché y gané.
Aprendí que no hay cosa más fácil que enamorarse y más difícil que olvidar al amor, cuando se quiere a esa persona que no se debe, esa chica que no siente lo mismo o un amor que es sencillamente imposible.
Entendí que la amistad puede ser amorfa y convertirse en un lazo casi sanguíneo. Aprendí que quizás cosas que me eran quiméricas en un tiempo ahora son hechos tangibles y demostrables.  Aprendí que los errores pueden resolverse cuando hay convicción en el hecho, pero que son esenciales a la hora de aprender. Ahora sé que no debo odiarme por lo que pudo haber sido y no fue, sino que debo tomar nota y evitar atentar contra mí mismo más de una vez.

Finale
Aún no está el cupo en mis manos, no sé si hará efectivo el cambio de carrera aunque tengo fe en que lo lograré, y mi mentalidad ha cambiado lo suficiente quitarme la seguridad de que seré un cardiólogo (personalmente prefiero la neurología). ¿Pero no será suficiente con lo que ya he recorrido? ¿No es suficiente aun lo que ya se? La respuesta es no, y esto porque es simplemente abstracto recorrer todo el camino de la felicidad si llegar a ella, no sirve de nada nadar para morir en la orilla porque es lo mismo que morir en el gran océano. El destino está en nuestras manos y nuestra fe funciona como una moneda de dos caras iguales.

– Yo hago mi propia suerte, yo soy mi fuerza. El Señor es mi pastor; nada me faltará.

Kevin Yépez