“Coño, ¿a ti quien te entiende?” Es la frase más utilizada por mi círculo social a la hora de tratar de averiguar qué es lo que me tiene deprimido. Y es que en efecto ni yo mismo entiendo qué carajo me pasa cuando entro en el ‘modo zombi’, como yo le digo; es una sensación de nostalgia perdida y sin sentido, como querer llorar sin llorar porque no sé cuál es la razón del desasosiego. Es una sacudida de tristeza que ni siquiera encuentra razón, un bajón de azúcar repentino que me deja inerte. Mi sospechosa: La rutina.
Pensando en todas estas cosas me doy cuenta de que pienso demasiado para una persona atada a la miserable rutina diaria, busco la felicidad como puedo y si la encuentro en mi imaginación la aprovecho. Las preocupaciones me aquejan y me atormento por cosas distantes y lejanas como que ocurrirá cuando terminen las vacaciones, me preocupa el hecho de que los martes y jueves salgo de clases a las 12:00 del mediodía, unos minutos antes de la ruta universitaria pase por el frente de mi facultad; “Si salgo a esa hora, llamaré a Daniela o a Aarón para ver si ya pasó el bus.”
Me trastornan el tiempo y las fechas, las horas de trabajo e incluso creo rutinas dentro de las rutinas para saciar mi obsesión, cosas idiotas como la cantidad diaria de páginas que leeré de tal libro hasta que lo haya terminado. Como una hormiga planeo cada paso de una manera metódica digna de un relojero, leo y escribo para matar el estrés y liberar la mente. Escribo escrutando cada signo de puntuación y acentuado, cada punto y aparte, cada sinónimo y antónimo, hasta que nada tiene sentido y luego veo que solo faltan dos letras para tener un trabajo más o menos decente.
Preocuparme demasiado por las cosas me preocupa demasiado (nótese el cruel círculo vicioso en el que he caído) la verdad es que en algunos momentos me gustaría tener un poco menos de cerebro y vivir una vida más simple y con menos problemas, ser un estudiante sencillo de una carrera sencilla: uno más del montón. Me molestan los que claman por paciencia pues es bien sabido que la paciencia no siempre da conocimiento, de hecho, en más de una ocasión la paciencia ha sido la madre de tristes desastres. Gabriel García Márquez escribió allá por los tiempos del cólera “La sabiduría llega ya cuando no sirve para nada”, lección que aprendieron viejos y tristes los personajes principales de la obra.
No preocuparse es algo difícil de hacer pero como decía la cuña “no digas que no, si no lo has probado”
Nota: Creo que al escribir esta publicación de alguna forma me sentí un poco feliz, a lo mejor es porque me desahogué un poco, saque usted sus propias conclusiones.
Kevin Yépez
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