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domingo, 31 de julio de 2011

Soñé que comía mi zapato

Desperté de mi ensueño y te vi transformada, convertida en lo que juramos combatir. Recuerdo aquella vez que corrimos por la ciudad, tú estabas empapada y manchaste tu camiseta blanca con aquella chaqueta color vino que te dio mi amigo. Recuerdo aquella pastelería y los señores que hablaban con acentos graciosos, y los vendedores que nos miraban cuando corríamos todos como en una manada y cantábamos y brincábamos, y veíamos películas, y queríamos a tus padres.

No te conozco, desperté de mi ensueño y te vi transformada, convertida en lo que juramos combatir. Ese sueño tonto en el que ya no te veía transmutó en una pesadilla que no lograba reconocer, éramos tan jóvenes, y tan tontos. Ahora haces cosas que no haría con mi esposa y vuelas como mariposa de rosa en rosa. Se ha cumplido mi pesadilla.

Te pido perdón por haberte olvidado, espero verte algún día otra vez, pero por ahora no sé quién eres.

Siempre tuyo, el que escribe.

“Había una vez un peruano timorato que soñó que comía su zapato, despertó temblando como un pato, y cumplió su sueño después de un rato”.



Kevin Yépez.

Cuando eramos felices y no lo sabíamos

Volver a ser niño, una meta imposible que mató a sabios y eruditos, volvía locas a las señoras que se miraban las canas de los años y salían desnudas a las calles. Hacía llorar por las noches a los viejos con los relojes con leontinas de oro y trajes negros que los cocinaban al vapor por dentro, porque ni ellos recuperan esos años que nos regala Dios.

Volver a ser niño a la época en la que el amor se expresaba con besitos tontos que daban vergüenza, besos fugaces que se encontraban con los labios ajenos y salían corriendo sonrojados. Aquellos momentos en los que nos convertíamos en ingenieros de cartones y de latas, en arquitectos de casas de trapos y sillas, en médicos de lagartijas y cirujanos de insectos.

Vivir la época en la que éramos felices sin control ya que nada ata a un niño, porque los niños son libres por naturaleza, además de los seres más inteligentes en el universo y se sabe que se van haciendo brutos con el pasar de los años porque a medida que maduramos se nos funden las neuronas o mejor dicho se pudren porque nos caemos de la mata y nos volvemos locos con cálculos que no vienen al caso y conocimientos de viejos locos que se murieron de soledad o que se volvieron dementes que no tenían dioses aparte de sí mismos.

En esos momentos donde nuestro conocimiento crecía con nuestra curiosidad todopoderosa y nuestra imaginación casi dañina que nos hacía cabalgar perros y jalar las colas de los gatos, pensar como pájaros que vuelan y corríamos desnudos por todos lados sin ni siquiera pensarlo. Tal vez, y solo tal vez Adán y Eva eran dos niños y se vistieron nada más cuando fueron adultos e idiotas.

Que viva la niñez en donde solo llorábamos porque era necesario y nunca lo hacíamos por tristeza porque los niños son felicidad por poco pura y amábamos a nuestras madres y a los arboles y a las cosas. El tiempo cuando no nos comíamos las flores por las mujeres, ni nos mirábamos al espejo y el cariño era sencillo y con cartas que se dejaban en los pupitres. Bendita sea, la niñez que me hace feliz tan solo de recordarla.



Kevin Yépez

sábado, 30 de julio de 2011

Ir con la corriente hasta que el tiburón te parta en dos…

Creo que el problema más grande de la vida es la rutina, especialmente las rutinas tediosas del acontecer diario; despertar, bañarse, vestirse, desayunar, clases y/o trabajo, comer de nuevo y todo lo que esté en medio del almuerzo y la cena, para terminar dormidos de nuevo.

Mucha gente se siente bien sobreviviendo de esta forma, y digo sobreviviendo porque con toda la experiencia de un muchacho de diecisiete años y puedo asegurar que eso no es vida. Y puedo asegurarlo porque tengo esos diecisiete años sobreviviendo y he hecho cosas valientes pero al final hay momentos de alegría, pero de tristeza hay muchos más.

No queremos darnos cuenta de que la vida es un respirar y podemos vivirla de muchas formas pero siempre se eligen las menos acertadas: vivir como un aburrido o vivir rozando el límite, lo que es simplemente vivir siendo un aburrido que morirá más pronto.

¿Cómo no nos damos cuenta de que la vida debe vivirse aprovechando cada minuto? Debemos ser quienes somos y no hombres y mujeres de cartón, todos parecidos, copiando imágenes primorosas que compramos caras para no vivir nuestra realidad. Volamos cumpliendo los sueños de falsos dioses y transformándonos en otros para morir sin pena ni gloria, vacíos.

Nunca está demás hacer una locura, pero no seamos locos para caerle bien al que está delante de nosotros en la fila, sino para hallarle un poco de alegría a la vida. ¿Y a quién le importa si somos tontos? Mientras seamos verdaderos con los demás y con nosotros mismos somos tan grandes como queramos serlo y sin importar el esfuerzo o el tiempo que tome seremos los héroes del mañana.

¡Ay de aquél que allá donde se encuentre no haga lo que considere necesario para ser feliz porque está destinado al olvido!






Kevin Yépez 

sábado, 12 de febrero de 2011

Estudiando Ingeniería en LUZ, (Editado de la versión original)

¿Has escuchado decir: “Estudiar Ingeniería en LUZ es muy bonito” o “Es una carrera fácil”? Puedo apostar que la persona que lo dijo no la estudia... ¡¿QUÉ SABEN ELLOS?!
Si estudias Ingeniería en LUZ, hazle saber esto a tus conocidos, amigos, amigas, primos, primas, novio o novia, hermano o hermana, y sabrán por qué nunca estás en tu casa y por qué cuando estás, siempre estás pensando, hablando solo o dormido.

Síntomas del que estudia Ingeniería, pero en LUZ:

  • Ya no te da vergüenza babear en clase.
  • Conoces a Elvis, Ismelda y a Hugo.
  • Sabes quiénes son el Gocho y el Madroñero, y andas pilas con los que tengan un bolsito pequeño siempre.
  • Siempre le preguntas al viejito de la entrada cual es el precio del portacarnet.
  • Cambiaste tu vocabulario drásticamente (Ej.: “Examen” por “parcial”, “pelota” por “esfera”, “intensivo” por “verano”).
  • Siempre desayunas en la cantina de Arquitectura pero te preguntas por qué los de medicina se vienen a comer en Ingeniería.
  • Alguna te vez fuiste a la concepción a que te explicaran Los Ochoa.
  • Te doblas dedos del pie jugando vólibol con la Jefa, Juancho, el Mon y los demás de la sección o los que se quieran meter.
  • Odias automáticamente al profesor que te raspó la materia.
  • Nunca estudias en la biblioteca sino en la cancha.
  • No entiendes a la gente que no sabe que es una simple integral.
  • Odias que tus papás te digan “¡Duérmete ya!”, o “Si de todas formas no vas a terminar eso hoy, acuéstate a dormir de una vez”, o hasta la simple pregunta “¿Te falta mucho?” ¡Te vuela la piedra!  O la peor de todas: “¿Por qué no estudiaste antes?” ¡Aahhhhhggrr! Debe ser que uno solo estudia una materia.
  • Estás harto de la gente que te dice “Me habría gustado ser ingeniero, pero la matemática no me gusta”, ajá, claro. Calculo I y ya mataste la carrera, ¿no? Imbécil.
  • Tus amigos que estudian otra cosa no tienen el mismo concepto de TRABAJO o PARCIAL que tú, siempre dicen: “Hazla antes de clase” o “pídesela a alguien”, o peor aún: “no la hagas”. Y la típica: “es un simple parcial, tu si eres perezoso”. Provoca matarlos, (especialmente a los de otras universidades).
  • Dormiste más de 20 horas seguidas en un fin de semana, pero menos de 10 durante toda de la semana.
  • Puedes discutir con autoridad el contenido de cafeína en distintas bebidas y su respectiva eficacia.
  • Escuchaste TODOS tus CD’s y MP3’s en menos de 48 horas.
  • Dejaste todo el dinero de la semana a que ‘La Negrita’ (La señora que saca las fotocopias), para tener las chuletas y las guías.
  • Esperar más de dos horas a Dilio, a Anicia o a Héctor un sábado desde las 8:00am.
  • No eres visto en público sin ojeras.
  • Cuando te hacen una invitación, va seguida de la pregunta: ¿...o tienes parcial ese día?
  • Tus cuadernos solo los entiendes tú.
  • Bailaste con coreografía y todo a las 4:00 de la mañana con una resaca descomunal después de que por fin terminó el semestre y al menos pasaste alguna de las materias, o sino igual te echas una pea pa’ botar la rabia porque no pasaste.
  • Tienes más guías y papeles de ejercicios que cuadernos y materias vistas, ósea cualquier compañía de reciclaje se haría millonaria contigo.
  • Alguien alguna vez te dijo “flojo” o “tu carrera es fácil” y tuviste pensamientos homicidas.
  • Tus pesadillas consisten en no terminar algo o no llegar a tiempo a algún lugar.
  • Puedes vivir sin contacto humano, comida o luz solar, pero si se jode la HP… ¡Estás muerto!
  • No te importan los autos deportivos. Tu mejor transporte es “La Ruta”.
  • Todos te solicitan para que expliques matemática, física o química. Hermanos, amigos y hasta primitos.
  • Toda la gente te dice cuanto te quiere y admira tus conocimientos cuando hay que explicar algo, pero... “No hay dinero”.
  • Miles de veces estuviste en un amanecer, sin embargo nunca viste uno.
  • Cuando por fin tienes tiempo para salir, tus pensamientos son: “¿Qué materias voy a meter el siguiente semestre?”, “¿Cuáles me prelan?” o “¿Cuántas horas de exceso tengo?”.
  • Uno de los cepillos de dientes que hay en tu baño es de tu compañero de estudio.
  • Siempre te quejas de lo mala que es la comida en el comedor de la facultad, pero igual sigues comiendo ahí... Con hambre se come hasta piedras.
  • Sigues comiendo muy tranquilamente si alguien te avisa que están quemando cauchos en el frente de la facultad, pero corres si hay plomo.

HAY QUE AMAR LA CARRERA Y SOBRE TODO A LA FACULTAD. No todos tienen pantalones pa' esto, por eso los que sí los tenemos debemos cuidarlo. Y el que siga creyendo que es fácil después de esto: ¡Vaya a joder a otro lado!

“La vida es aspirar, respirar y expirar” - Salvador Dalí.

lunes, 7 de febrero de 2011

Volando ligero

Se siente extraño volver a escribir tomando en cuenta que hace ya un par de meses que no me decidía por hacerlo. Supongo que estaba esperando que pasara algo interesante para tener algo sobre que garabatear, y como ya es común en las cosas que escribo, hoy también hablaré un poco sobre mi vida; intentando hallarle algún sentido (si es que tiene uno), aunque no pretendo destacar ni hacer un análisis magistral de mi vida o la de las demás persona.

Si mal no recuerdo, en una de mis primeras notas, en la que hablo sobre mi rutina diaria dije que una de las cosas que hago para no ir aburrido en esos autobuses en los cuales no puedo dormir es escuchar música. Fue precisamente cuando comencé a escuchar una canción del grupo Calle 13 que agregué por error a la lista de reproducción (no me gusta demasiado el grupo, de hecho, lo detesto). Cuando noté una frase que, en la canción, parece dicha por un recluso y dice algo más o menos como: “En esta vida me castigaste, me robaste el tiempo, me recagaste”.  Por aquellos momentos mi ánimo no estaba precisamente por las alturas y comencé a asociar la frase con las cosas que pasaban en mi vida, y aunque traté de mil y una formas de buscar a alguien para culpar por mis problemas, no encontré a mas nadie sino a mí mismo y me di cuenta de que las situaciones difíciles casi siempre comienzan y terminan por malas decisiones que nosotros mismos tomamos.

Todos tenemos malos momentos, algunas veces queremos gritar, llorar o incluso creemos que queremos morir. Muchas veces invertimos tiempo y recursos en lograr metas imposibles y cuando nos damos cuenta del tamaño de las cosas nos frustramos y pensamos que no somos lo suficientemente buenos, o peor aún, que los demás no lo son.
Siempre utilizo el ejemplo de mi profesora de cálculo, suelo decir que si hubiera tenido otra profesora o profesor, tal vez habría aprobado la materia. Aunque nunca digo que si yo hubiese puesto un poco más de mi parte habría entendido los ejercicios. Nos enfrascamos en culpar a los demás por nuestros errores como si fuera una especie de barrera para que los demás no piensen que nos equivocamos, y allí está le petit détail, somos humanos y aunque nos duela, errar es de humanos.

Un hombre sabio me dijo en uno de esos domingos por la mañana que de la vida siempre hay que tomar lo bueno y apartar lo malo, aunque nunca hay dejar de mirar esa maldad porque si no, nunca entenderíamos donde buscar el bien. Quiere decir que hay que tomar las cosas positivas incluso de las malas experiencias o las que puedan ser dañinas pero sin dejarnos llevar. Una persona débil es como una botella en el mar: nadie sabe ni a donde va ni cuándo llegará.

Yo no soy el hombre más brillante, ni el más apuesto o mucho menos el mejor deportista. Pero estoy seguro de mis convicciones y llevo cada batalla hasta el final aunque esté cansado. Un adagio popular dice: “a lo hecho pecho”, nada de mirar hacia atrás y llorar por los fantasmas de ayer o de culpar a los demás por nuestros errores. Asumamos nuestras responsabilidades, pidamos disculpas, demos los buenos días, olvidemos el orgullo y seremos felices. Cada tribulación puede llegar a ser un gran impulso. Aprovechemos pues ese impulso y seamos felices, volemos solo con lo que tenemos porque la lucha es larga y hay que aligerar la carga.



Kevin Yépez

sábado, 18 de diciembre de 2010

Cuatro párrafos de amor sin nombre

Solo Dios sabe cómo me gustaría hacerte feliz, dejar de ser el malo de la película por un solo día, darte las alas que te he quitado. Quisiera enseñarte un mundo de libertades y borrar las lágrimas de tus mejillas, hacer sordos tus gritos impacientes y enseñarte los caminos que te depara la vida. Pero de tal manera te amo, que siento que me he vuelto la cadena que te aprisiona y arranca la libertad que tanto anhelas. Quisiera irme lejos para que alguien te de esa felicidad libertina que yo me niego a entregarte por tu seguridad.

Mi amor es tan grande que nada en este mundo sería capaz de apartarme de ti, ni siquiera el peor de los errores, porque es un amor tan enorme  como el poderoso huracán que arrasa con todo. No soy tu luz, pero siempre he querido serlo  y quizás allí esté mi error, porque tu alma es más impetuosa que la mía y solo mis fuerzas pueden detener sus arranques de rabia y a la vez alimentarlos de tal manera que ya no puedo controlarte y solo me quedan las ganas de llorar que me contagiaste.

Los jueces de paz que contratas para aniquilarme nunca te dan la razón y yo me salgo con la mía para seguir llevando tus riendas hasta que explotes y me hagas darme cuenta de que no soy tu jefe, aunque nunca he intentado serlo. Solo quiero lo mejor para ti. En algún momento de tu vida esperes que todo lo que hago, lo he hecho por el amor que siento hacía ti.

Solo Dios sabe cómo me gustaría hacerte feliz, dejar de ser el malo de la película por solo un día… Pero es tan difícil hacerlo…


Kevin Yépez

martes, 14 de diciembre de 2010

Las tres teclas dañadas del piano


Es de madrugada y estoy despierto, no ha sido una noche particularmente buena, simplemente no logro dormir y siento mucho dolor en el cuello por tanto cambiar la posición de las almohadas. A pesar de todo cierro mis ojos esperando el sonido de mi alarma para iniciar el día, faltan aproximadamente cinco minutos, lo sé, acabo de ver la hora. Me levanto como quien quiere y no quiere y empiezo.

Sí, estoy despierto, la tediosa rutina matutina que siempre ha sido mi lucha está casi terminada, es la hora de esperar el autobús a la gran ciudad. Me encuentro con Angélica y con Dimitri, comenzamos una charla y esperamos el autobús. El autobús llega a la hora de siempre, era una madrugada en la que me encontraba particularmente cansado y decido dormir unos minutos antes de llegar a la ciudad, pero los mensajes de mamá anunciando las diligencias de hoy me trasnochan el día y simplemente hago lo de siempre: soñar despierto e imaginar cualquier locura que quisiera que sucediese, empiezo a maquinar la disparatada idea de ingenieros estudiando anatomía.

Ya estoy en la ciudad, faltan algunas horas para comenzar mis funciones de hijo bueno y concluyo que estoy a punto de morir de hambre, pero no es ningún problema, ya Angélica y Dimitri me acompañan al cafetín de la facultad. Mientras comemos, se acerca la segunda chica más extraña del día, comienza a decir una cantidad de cosas que dan miedo y risa a la vez, pero su tono cambia y aquí comienzo a prestar atención a todas sus palabras y mi mente las mastica lentamente para poder digerirlas fácilmente; la chica está enamorada y piensa que nadie se da cuenta.

Se hace tarde, entramos a una de las plazas de la facultad y nos encontramos con León y Rafael, quienes están esperando que comiencen sus respectivas clases, en un momento todos parecen tener que hacer algo y estoy solo conversando con Dimitri. Otro giro, todo el mundo está de vuelta y León está irritado porque su clase de inglés no ha comenzado aún, cuando llega el momento de irse decido asistir también a la clase, la más aburrida en la historia de los idiomas modernos. Una vez finalizada, León tiene que guardar su equipaje de viaje, lo acompaño, charlamos un poco y tomamos caminos separados, ahora estoy solo de nuevo.

Estoy en la calle, necesito un autobús, miro la hora y veo que estoy bastante retrasado para cumplir con los deberes de un hijo excelente. Llega el autobús, me encuentro con una vieja amiga y me siento a su lado, hablamos de temas absurdos y que aparentan ser filosóficos (son los más entretenidos), se suceden unos segundos de silencio y me pregunta: –¿Cómo es el semen?–. La miro horrorizado mientras indago qué clase de pregunta tan absurda es esa, ella me devuelve una mirada irritada y dice:
–Sabes perfectamente de lo que hablo, tienes dieciocho años, tienes que haberlo visto en tus manos unas cuantas veces.
–Esa es una realidad a medias, yo no… –Pero me interrumpe a mitad de la oración.
–No te hagas el listo conmigo, ¿Me vas a explicar o no?
Medito mis palabras para ser y no ser grotesco, –Es como mocos, pero blanco y huele bastante extraño. ¿Feliz?
–Mucho
¿Por qué quieres saberlo, de todo modos?
Se le dibuja una sonrisa de sien a sien, se levanta del asiento y me da un beso cerca de los labios, –Simple curiosidad –dijo–. Pongo mis brazos alrededor de su cuello y la acerco para abrazarla, le digo al oído que está demente y ella vuelve a sonreír y me dice: –No te imaginas como me encanta estarlo–. Baja del bus en la siguiente parada, yo lo haré cuatro cuadras más adelante cerca de la tienda de electrodomésticos donde se supone haré el presupuesto necesario para renovar algunas cosas de mi casa.

Salgo de la tienda, me encuentro con un par de compañeros de clases que me recuerdan los trabajos que hay que entregar para la semana que viene. No tengo tiempo para eso, sigo con mi camino. He terminado mi trabajo pero se acerca la hora del almuerzo y siento que el hambre de verdad podría matarme esta vez, así que comienzo la retirada a la universidad nuevamente. Reviso mi teléfono celular; un mensaje de la compañera del autobús:
–Los hombres son muy raros, pero a ti te quiero.
Esta vez soy yo el que sonríe, por un momento me hace profundizar en la locura de sus preguntas, pero llego a la conclusión de que no tienen sentido alguno. Aprovecho para escribirle a mi amiga Angélica que me espere en algún lugar ubicable para ir a almorzar.

Al llegar al lugar, encuentro a Angélica con su amiga extraña, ella está pálida y con las manos frías como el hielo (aún está enamorada). Mi amiga me explica que debe hacer unas cosas y que no podrá acompañarme al Comedor Universitario, así que invito a la otra chica, ella acepta comenzamos a caminar. Pasamos al lado de la morgue de la facultad hasta un pequeño camino de baldosas rojas y luego por otro camino de concreto hasta llegar al Comedor, donde convenientemente nos encontramos con León, su amigo Damián y otro grupo de estudiantes que los acompañan, mientras nadie mira nos hacemos más corta la fila para entrar a comer y continúa la charla hasta el momento de almorzar. El tema es música clásica, a pesar de que conozco el tema, me siento excluido porque no estoy al tanto de los tecnicismos que para ellos parecen novatadas, disimulo bien y continúo casi escuchando.

Han pasado unos minutos, nos despedimos de la amiga de la chica enamorada a la que nos habíamos encontrado después de comer. El tema de conversación no ha cambiado, solo el contexto y la chica comienza a dibujar un instrumento musical y se lo regala a uno de mis amigos, pero se hace tarde para ella y tiene que despedirse también. Damián, León y yo continuamos charlando hasta que Damián debe irse a preparar para su concierto de esta noche. No sabía nada de ese concierto y me animo a asistir porque jamás he podido escuchar una orquesta en persona, pero primero me esperan dos horas de Anatomía: abdomen, omentos y región inguinal.

Termina la clase y León se debate entre ir de una vez al concierto en la universidad prestigiosa que está cerca de la costa o ir a su casa a cambiarse de ropa, (los uniformes de la facultad no son exactamente elegantes). Finalmente se decide por irse de una vez, esperamos el autobús, el viaje es largo y nos toma cerca de media hora llegar al auditorio donde se celebrará el concierto.

Atravesamos la calle y estamos en la entrada de la universidad más cara de la ciudad para ver un concierto de piano, música de Beethoven. Mi compañero todavía se pregunta si debía haberse cambiado de ropa en su casa antes de venir a este lugar, realmente no parecemos encajar muy bien a la vista de toda esa gente refinada, pero al final ya no importa. Una llamada telefónica y una broma después nos encontramos con otro de los amigos de León, que nos está esperando en la entrada del auditorio y nos cuenta sobre posibles problemas técnicos con el piano, aunque no le damos demasiada importancia. Subimos y bajamos escalerillas y estamos en el lugar vacío. Buscamos asientos perfectos de tercera fila y delante de nosotros la orquesta sinfónica juvenil, no podemos ver a Damián, es difícil encontrarlo entre el amasijo de músicos e instrumentos y el señor gordo de cabello blanco que habla sin parar de los viajes exóticos que pueden hacer las personas que saben apreciar la música. Los dos muchachos que me acompañan están hablando sobre cosas que desconozco o no me interesan, me ponen al tanto de algunas de ellas, pero yo sigo solo en mi mundo viendo las cosas que me parecen importantes.

Veo entrar a una señora que me parece extrañamente conocida hablando en voz alta por teléfono y diciendo al que la escuchaba del otro lado que el concierto se había cancelado y que no era necesario que viniera, estoy un poco nervioso pero estoy seguro de que ella no tiene razón. Detrás de la mujer vienen dos muchachos; una chica y un chico que se sientan al lado de ella en la fila de adelante, pero apartados de nosotros. Me distraigo un momento y volteo para decir algo a uno de mis compañeros, miro de nuevo, otro muchacho está en el asiento del frente. La voz de la mujer me aturde y le dedico una mala palabra casi muda, pero de inmediato el muchacho del frente se voltea, me mira con odio, camina y se sienta junto a la mujer. Tengo mucha vergüenza, pero también muchísima curiosidad por sus ojos, parece que quiere llorar. Analizo bien mi insulto y nada, imagino que el tipo está loco y me burlo de él en mi mente.

El señor de cabello blanco sigue hablando con los músicos. Un hombre entra y le dice algo al oído, el señor continúa hablando con la orquesta y luego le dice todos que el concierto está cancelado, el piano se dañó a último minuto, tres de las teclas están inservibles. Ruido de instrumentos guardándose, padres acercándose al escenario, músicos medio decepcionados y medio felices. Damián se acerca a nosotros y se sienta en uno de los asientos vacíos y todos comenzamos a conversar, nos cuenta sobre un posible viaje a Roma y algo acerca de que debe practicar mucho para poder ir. La gente ya está saliendo.

Estoy concentrado en el muchacho de ojos llorosos y en la mujer, se movieron a las filas de atrás y están discutiendo, Damián me mira y voltea. –Es el pianista –dijo–. Yo también estaría molesto si a última hora me quitaran mi momento de brillar después de haberme preparado tanto.

Nosotros también comenzamos a salir, aunque todavía puedo escuchar al muchacho discutiendo y a la mujer respondiéndole: –¿Qué quieres que haga? Tres de las teclas no dan sonido, si pudiera arreglarlo lo haría.

Estamos afuera, todo el mundo está hablando. El cielo está oscuro. Me doy cuenta de que no sé cómo salir de ese lugar, mi corazón está acelerado y estoy sudando frio, pero lo disimulo bien, no hace falta salirse de control por ahora. Hay mucha gente a mí alrededor y tengo dinero suficiente para pagar varios viajes largos en taxi. Vuelve la calma y le informo a mis amigos que debo irme antes de que se haga más tarde, me despido de ellos y comienzo el aburrido viaje en taxi hasta casa de unos familiares, donde mamá me espera.

El transito es terrible y el camino se vuelve incluso más dilatado, pero no importa porque estoy en mi mundo otra vez, viendo y escuchando lo que quiero. Me acuerdo de la mujer que hablaba en voz alta y lo recuerdo perfectamente, es profesora en la facultad de arquitectura de mi universidad, pero eso es algo que pienso investigar luego.

Estoy en mi casa, saludo a mi familia, entrego los recados de mi madre y voy a dormir. Ha sido un día muy largo… Mañana… Mañana escribiré otra historia.


Kevin Yépez

martes, 23 de noviembre de 2010

Anatomía I para Ingenieros

Prefacio: Errores que matan y viceversa.
La prueba obligatoria de ingreso a la universidad había terminado, fui uno de los primeros en salir del aula donde la habíamos presentado. Caminaba tranquilamente hasta que me encontré con un compañero de clases, le pregunté  qué carrera pensaba estudiar y su respuesta inmediata fue: Medicina. Un chasquido me hizo regresar a la realidad, a esa realidad que me había planteado tantas veces hasta que me vi en el primer año de bachillerato y decidí que no quería molestarme estudiando por siete años cuando podía ser un ingeniero en solo cinco. No me di cuenta de mi error hasta un año más tarde. Ahora que lo pienso, de haberlo hecho tal vez habría corrido a rogarle al profesor que aplicó la prueba que me diera una segunda oportunidad, quizás alegando una mentira, algo así como que: “No me había fijado que debía marcar la opción E para No estoy de acuerdo y la opción A para Completamente de acuerdo, pensé que era al revés.” Sin embargo no lo hice y ahora debo estudiar no siete, sino quizás hasta ocho años, eso si Dios lo permite, pero ¿saben qué? No me arrepiento y más tarde diré por qué.

– ¿Qué quiere ser mi sobrino cuando sea grande?
– Cardiólogo tía.

Introducción a la Ingeniería: Álgebra Lineal, Cálculo I y Geometría.
Desde las primeras semanas de clases en la Facultad de Ingeniería en aquella ciudad calurosa y de gente que no se preocupaba por los demás de la que hablé hace ya mucho tiempo, sabía que había cometido un error táctico al elegir mi carrera y más aún; mi camino en la vida. Aunque ciertamente pensaba que no sería un problema ser un profesional al que le habría gustado estudiar otra carrera, después de todo y a pesar de todo, amaba y creo que aun amo la ingeniería, además de que no sería ni el primero ni el ultimo al que le ocurriera ese pequeño gran infortunio. Mi familia se sentía orgullosa de tener al primer ingeniero en la familia (después del fiasco que había logrado ser uno de mis primos, quien por cierto, espero pronto se gradúe de contador o economista, la verdad no sé qué estudia).
No sé si por algún  método erróneo de estudios (sé que los hubo), o porque en realidad no nací para los números, en menos de un mes me vi abrumado por las bien y mal llamadas “Tres Marías”, esas membranas semipermeables a través de las cuales se debía pasar para saber si en realidad se tenía madera de ingeniero.

 Súbitamente, mientras me encontraba viajando a 400Km/h avisté un muro que no podría evitar, me estrellé contra él con toda la fuerza que se pueda imaginar, pero sobreviviría (aún estoy herido, pero sobreviví).

Realmente me estaba hundiendo en el abismo más profundo  que mi vida había visto, pero tristemente para mí, solamente había comenzado el descenso.
Olvidaba decirlo, en este periodo conseguí a muchos de los mejores amigos que se pueda pedir y con los cuales me gustaría compartir mi futuro o al menos parte de él, pero estoy divagando.

Verano color fecal: El Álgebra es para locos, “especialmente contigo, Jenny Beckman… Perra.”
Si el odio se pudiese medir, habría que inventar escalas nuevas para la aversión que sentí y siento por la cátedra de Álgebra Lineal (no quiero culpar a nadie, pero estoy seguro que es gracias a la profesora).
Pasé un mes de vacaciones metido de cabeza en la universidad (estaba seguro de que no sería capaz de aprobar álgebra así que decidí tomar un curso de verano). Me pasaba toda la semana en aquella ciudad calurosa, siempre esperando cada viernes para volver a mi casa, a pesar de todo, uno puede llegar a amar incluso el pueblo más pequeño y aburrido cuando se arraiga a él. Aunque en aquel momento esa enorme ciudad no era el lugar más entretenido en el que se podía estar, gran parte de mi día se pasaba en horas de constante estudio, pero una parte mayor de ese día se pasaba en horas y horas de tedio, mis niveles de estrés comenzaban a rosar niveles que nunca antes había experimentado y espero jamás volver a experimentar. A estos días los bauticé: Días semi-infinitos. Pero esta es solo parte de la historia de aquel verano.
Cada viernes por la tarde, sábados y domingos recogía los frutos de las amistades que había cosechado. Me hice de un grupo de compañeros “reciclado”, personajes a los que de una forma u otra había olvidado, me recogían en su seno y ahora formaban parte fundamental de la vida (y siguen haciéndolo). Estos dos días y medio de descanso resultaban ser el alivio a los otro cuatro de aburrimiento y estudio. El simple hecho de tres o cuatro personas reunidas para ver películas o jugar algún videojuego, o hasta quizás simplemente hablar de temas que parecían filosóficos e importantes, esos pequeños detalles, esas simples cosas pueden salvar a un hombre de la locura o algo peor.
Finalmente el verano termino, tuve otro mes de vacaciones tan relativamente normales y entretenidas que preferiría no contar ya que se ha vuelto algo irrelevante y me desviaría más del tema (aunque hasta ahora no se cual sea). Pero sigo divagando.

– Dios te doy gracias por mis amigos porque sé que en ellos habita tu presencia y compañía.

De vuelta al abismo: Tocando el fondo de los fondos.
Recuerdo que aunque me levanté a la hora habitual de asistir a clases aunque sabía que ese día no ocurriría tal cosa. Ese día visitaría por segunda vez la Facultad de Medicina. El hecho es que tenía que asistir a una clase que no quería ver de Geometría, pero en su lugar, decidí acompañar a tres de mis amigos (dos chicas y un chico) a buscar su carnet estudiantil y consignar algunos documentos que les eran requeridos… Increíblemente me enamoré de un edificio.
Al día siguiente me avisaron que aunque presentara la siguiente prueba de Cálculo I y la aprobara con la nota máxima muy difícilmente lograría aprobar la cátedra y la decisión final quedaría en manos de aquella profesora a la que no odiaba ni apreciaba lo suficiente. Ese mismo día decidí abandonar la materia, pero decidí una cosa más importante aún y pude hacerlo gracias a que los duros golpes y gratas emociones recibidos el verano que había pasado estudiando, vagando y charlando me habían enseñado a poner mi vida en perspectiva, a decidir lo que en realidad podía hacer con mi vida y que en mí, así como en cada persona hay un poder infinito que nos permite ser y hacer cuanto queramos mientras queramos. Debe tomarse en consideración que para aquel entonces el estrés acumulado por los deberes y una enorme cantidad de factores terribles que ni siquiera quiero recordar, me había hecho tocar fondo (o eso creía yo); estaba destruido y aunque lo intentaba no lograba armar mi propio rompecabezas. Sin embargo una decisión enorme se había tomado, y esta vez era yo el que había arrebatado las riendas de mi destino: Estudiaré medicina.
Me he dado cuenta ahora de que había basado mi felicidad en satisfacer las expectativas de otros, bien sea mi familia, profesores e incluso otros compañeros. Después de todo, un muchacho que termina el bachillerato a los quince años de edad no puede ser sino un genio en cualquier área del conocimiento conocida por el hombre e incluso algunas áreas conocidas solo por algunos primates inferiores. No soy y nunca he sido un genio, simplemente he tenido la habilidad de aprender las cosas más rápido aunque no creo que esta habilidad funcione bien para las matemáticas.
Ahora el control de mi dicha estaba en mis manos pero realmente no sabía cómo hacerlo funcionar, iba a estudiar medina y eso me hacía feliz, pero las preocupaciones por limitantes y requisitos que ahora parecen absurdas habían terminado destruyéndome, en un intento desesperado por reorganizar mi vida había conseguido que el fondo de los fondos no fuera lo suficientemente profundo y tenía que seguir hundiéndome hasta que alguien lanzar una soga o me ahogara.

Las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.
Un día en el que me sentía particularmente desanimado comencé una charla cualquiera con uno de mis amigos vía chat electrónico, no parecía nada del otro mundo porque para aquel momento tenía mi mente en otro sitio: reunir los requisitos necesarios para el cambio de carrera. Si mal  no recuerdo el también estaba resolviendo sus propios asuntos. La conversación se había enfriado y estaba a punto de apagar todo e irme a dormir cuando me preguntó si había algo particular que me molestase últimamente. Mis escudos encontraron una intromisión que intente destruir de inmediato y dije algo casual como: “No, todo bien”. Aunque en realidad no había nada bien, y él lo sabía porque había tomado nota de mi hábito de escribir y de esa forma logró atravesar la frontera que pensé estaba más protegida: mi mente. Aunque para no dar tanto crédito, no era tan difícil, últimamente todos mis comentarios y cualquier cosa que escribiese sonaban, o mejor dicho, se leían sufridas y oscuras.
Yo mismo sabía que ese comentario casual no era para nada convincente así que no me sorprendió la insistencia sino la razón por la que bajé mi guardia, una especia de pregunta/chiste: “¿Vas a ser papá?” Explote en una carcajada aunque aún hoy pienso en esa pregunta y me doy cuenta de que la mayor parte de mi sufrimiento fue causada por mí mismo, de hecho, somos padres y madres de nuestro sufrimiento. Quiero decir, de haber sido esa la realidad, habría tenido un gran inconveniente entre manos, y más que eso, una responsabilidad enorme que habría eclipsado cualquiera de mis problemas para aquel entonces.
Irónicamente aquellas cuatro palabras en broma, desactivaron mis defensas, describí la forma y figura de mi amargura y su campo gravitatorio externo, no pedía ayuda, pero la necesitaba. Mi amigo comenzó a contarme sucesos a los que sería difícil hallar sentido en situaciones corrientes como cuando se toma café con galletas en una tarde. Me habló de Dios y de cómo aferrarse a él concede la paz necesaria para seguir avanzando. La charla duró por varias horas que parecieron minutos (al menos para mí), porque estaba escuchando lo que necesitaba, el súper pegamento para armar mis propios pedazos: la paz y más que eso, la forma de llegar a ella: Dios.

Bendito sea el Dios y padre de nuestro señor Jesucristo, padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos nosotros también consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. (2 Corintios 1:3-4)

Arpegio y uso de la mano derecha.
A pesar de la rumba de errores cometidos no me arrepiento de ninguna de las estupideces que hice a lo largo de estos dos años y no lo hago porque me ayudaron a emprender mi propio viaje espiritual, mi propio camino de Compostela, a conocerme como ser humano y a reconocer a los demás como tales.
La novela que estoy leyendo actualmente habla acerca de un pueblo llamado Vitoria y de su catedral, la catedral de Santa María, que había sido construida siglos atrás y que a lo largo de esos siglos había sido cambiada y modificada, paredes se habían construido aquí y demolido allá, se habían puesto andamios de metal para reforzar y proteger el interior. El autor de esa novela dice que cada uno de nosotros es esa catedral, adaptándose y remodelándose para evitar el colapso, siempre protegiendo el interior, donde están los vitrales pintados y las reliquias valiosas.
La vida es una escuela donde se está en constante aprendizaje, pero algunas cosas tienen que suceder primero para dar lugares a otras. Para poder afinar una guitarra es necesario conocer el sonido de su sexta cuerda ya que cuando se conoce este se puede afinar las demás cuerdas a oído.

“Mi quinta cuerda debe sonar igual que mi sexta cuerda en el quinto traste” – El joven instructor de guitarra.

Aquellos dos años dejaron marcas que serán imposibles de quitar, son cicatrices que llevaré como medallas, símbolos de cada batalla que luché y gané.
Aprendí que no hay cosa más fácil que enamorarse y más difícil que olvidar al amor, cuando se quiere a esa persona que no se debe, esa chica que no siente lo mismo o un amor que es sencillamente imposible.
Entendí que la amistad puede ser amorfa y convertirse en un lazo casi sanguíneo. Aprendí que quizás cosas que me eran quiméricas en un tiempo ahora son hechos tangibles y demostrables.  Aprendí que los errores pueden resolverse cuando hay convicción en el hecho, pero que son esenciales a la hora de aprender. Ahora sé que no debo odiarme por lo que pudo haber sido y no fue, sino que debo tomar nota y evitar atentar contra mí mismo más de una vez.

Finale
Aún no está el cupo en mis manos, no sé si hará efectivo el cambio de carrera aunque tengo fe en que lo lograré, y mi mentalidad ha cambiado lo suficiente quitarme la seguridad de que seré un cardiólogo (personalmente prefiero la neurología). ¿Pero no será suficiente con lo que ya he recorrido? ¿No es suficiente aun lo que ya se? La respuesta es no, y esto porque es simplemente abstracto recorrer todo el camino de la felicidad si llegar a ella, no sirve de nada nadar para morir en la orilla porque es lo mismo que morir en el gran océano. El destino está en nuestras manos y nuestra fe funciona como una moneda de dos caras iguales.

– Yo hago mi propia suerte, yo soy mi fuerza. El Señor es mi pastor; nada me faltará.

Kevin Yépez

domingo, 10 de octubre de 2010

La vida secreta de ***** Springs

Adormecido observa la hora en su teléfono celular, para ese momento ya son las 2:51am, tiene apenas un par de horas antes de que Papá se levante y descubra que pasó la noche en otro sitio, no es la idea, así que se despereza y comienza a vestirse, cuando ya tiene los zapatos puestos, se da cuenta que no encuentra su franela de rayas verdes. –La mesa de noche…– dijo en voz baja recordando la locación de lo que buscaba de una manera casi inconsciente, ya todo estaba listo, podía partir oculto en la noche, sabía que nadie iba a notarlo porque había hecho el recorrido muchas veces y conocía los atajos y hasta las manías de la señora chismosa que vive frente a su casa. Antes de salir, le atravesó la mente como un rayo, casi se sintió mal al recordar que no se había despedido, siempre lo olvidaba. –Adiós, te amo…– le dijo a la linda chica que hacía solo minutos dormía junto a él, besándola en la frente con cariño.

Estaba en la calle, su compañera vivía solo a unas cuantas cuadras de su casa, ya eran las 3:10am. Aceleró el paso y comenzó a reflexionar mientras su “otro yo” le reprochaba con sólidos argumentos su torpe incapacidad de contener los impulsos. –Que Dios me perdone. – Cuando esas palabras salieron de su boca, se sintió en su tono un aire de vergüenza. Puso la mente en blanco y pensó en la chica, de verdad la amaba y lamentaba con toda su alma el hecho de haberla arrastrado a la situación en la que se encontraban: una poca de farra nocturna, algunos tragos y uno que otro sórdido encuentro a escondidas en las noches de los fines de semana. Pero no era él el que se lamentaba, era “el otro”. De hecho, él ni siquiera se sentía culpable, simplemente lo tomaba como un merecido descanso a ser el chico bueno de la calle, pues todos nos merecemos un poco de diversión ¿o no?

Ya está en casa, tuvo éxito y nadie descubrió sus tretas, de verdad sabia como escabullirse dentro y fuera de su casa, pero no es tiempo de hacer alarde de  sus habilidades de escape, es hora de dormir un rato, mañana es domingo de iglesia.

Por el día, ***** es un chico bastante normal e incluso hasta algo aburrido, de esos de los que te olvidarías a la hora de repartir las invitaciones de una fiesta. Todo su mundo gira alrededor de Dios, de su familia, la música y sus estudios. Las señoras de su calle lo adoran y lo ponen como ejemplo para sus propios hijos. –No saben lo que dicen. – Meditaba en su interior cuando pensaba en ellas. Todos ignoraban que dentro de él, había un lado oscuro que competía con su conciencia.

Alguien dijo alguna vez que dentro de nosotros habita un ángel y un demonio, y que ellos le dan instrucciones al alma para ayudarla a subir o a bajar (piensen en esto). Si eso era falso, no aplicaba en el caso de *****, porque era esa precisamente la forma en la que se sentía, sabía que era hombre de bien, pero lo frustraba cederle terreno casi voluntariamente a su demonio y a la vez se comprendía a sí mismo, porque sabía que aunque alguien puede llegar a ser muy bueno, en su corazón está la capacidad para hacer el mal, y aunque estaba al tanto de esto, esperaba todos los fines de semana, no para darse placer, sino para tratar de ganar la batalla de una vez por todas.

Viernes por la tarde. Esta noche ni siquiera intentará combatir a su demonio, ahora lo importante es conseguir la forma de escabullirse de casa, Mamá y Papá estarán es casa y sus hermanos como siempre estarán en su habitación jugando con sus cosas. Se las ha visto peores, la ultima vez su prima fastidiosa había venido de visita y no dejaba de hacer preguntas tontas como “Si no hay cine ¿Cómo hacen para ver películas en este pueblo?” La detestaba, incluso el lado bueno lo hacía. Pero esta noche las cosas eran relativamente fáciles, un pequeño soborno a su hermano menor para que se hiciera el ciego, sordo y mudo a la hora de dormir y tendría libertad. Pero eso sería más tarde, todavía quedaban algunas horas por fingir.

– ¡*****!– Se le oyó decir a la vos que venía desde afuera de la casa, era su compañero Luis, otro que había creído la ilusión del demonio interno, pero que no era tan fácil de engañar como los otros, Luis podía desenmascararlo a la primera señal de flaqueza, así que invertía bastante tiempo pensando en sus respuestas. Su visitante le hacía recordar aquella frase de esa tonta película del Doctor Zeus “Yo pienso lo que digo y digo lo que pienso”. La entrevista fue inesperada, pero le daba una excelente excusa para bañarse y vestirse sin ser bombardeado  con preguntas, solo diría que iba a algún sitio con su amigo y que probablemente regresaría un poco tarde. Sabía que sus padres se dormirían temprano y se contentarían con la respuesta falsa de su hermano a la pregunta de si ya había regresado a casa.

 Un rato después, se despidió de su señuelo y tomó rumbo, se encontraría con ella en el lugar de siempre, la casita abandonada en la esquina donde comenzaba su calle, unos besos más tarde estarían en el cuarto de la chica y pronto estaría dándole su usual despedida con un beso en la frente.

De vuelta a casa ***** ya no se sentía culpable, había decidido que abordaría su problema desde otro ángulo, y seguramente lograría vencer a su demonio, ese chico tiene agallas. Pero no pasará todavía, siempre hay tiempo de sobra para vencer a un demonio, y más cuando nosotros decidimos su destino…



Atención
Esta historia es un producto de mi imaginación y los personajes y nombre expresados en ella son falsos e inventados. También así las acciones y lugares descritos. Cualquier parecido con la realidad es mera conciencia. Esta nota no tiene como objetivo herir alguna susceptibilidad por lo que recomiendo se lea con discreción.

Kevin Yépez