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domingo, 31 de julio de 2011

Cuando eramos felices y no lo sabíamos

Volver a ser niño, una meta imposible que mató a sabios y eruditos, volvía locas a las señoras que se miraban las canas de los años y salían desnudas a las calles. Hacía llorar por las noches a los viejos con los relojes con leontinas de oro y trajes negros que los cocinaban al vapor por dentro, porque ni ellos recuperan esos años que nos regala Dios.

Volver a ser niño a la época en la que el amor se expresaba con besitos tontos que daban vergüenza, besos fugaces que se encontraban con los labios ajenos y salían corriendo sonrojados. Aquellos momentos en los que nos convertíamos en ingenieros de cartones y de latas, en arquitectos de casas de trapos y sillas, en médicos de lagartijas y cirujanos de insectos.

Vivir la época en la que éramos felices sin control ya que nada ata a un niño, porque los niños son libres por naturaleza, además de los seres más inteligentes en el universo y se sabe que se van haciendo brutos con el pasar de los años porque a medida que maduramos se nos funden las neuronas o mejor dicho se pudren porque nos caemos de la mata y nos volvemos locos con cálculos que no vienen al caso y conocimientos de viejos locos que se murieron de soledad o que se volvieron dementes que no tenían dioses aparte de sí mismos.

En esos momentos donde nuestro conocimiento crecía con nuestra curiosidad todopoderosa y nuestra imaginación casi dañina que nos hacía cabalgar perros y jalar las colas de los gatos, pensar como pájaros que vuelan y corríamos desnudos por todos lados sin ni siquiera pensarlo. Tal vez, y solo tal vez Adán y Eva eran dos niños y se vistieron nada más cuando fueron adultos e idiotas.

Que viva la niñez en donde solo llorábamos porque era necesario y nunca lo hacíamos por tristeza porque los niños son felicidad por poco pura y amábamos a nuestras madres y a los arboles y a las cosas. El tiempo cuando no nos comíamos las flores por las mujeres, ni nos mirábamos al espejo y el cariño era sencillo y con cartas que se dejaban en los pupitres. Bendita sea, la niñez que me hace feliz tan solo de recordarla.



Kevin Yépez

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