Es de madrugada y estoy despierto, no ha sido una noche particularmente buena, simplemente no logro dormir y siento mucho dolor en el cuello por tanto cambiar la posición de las almohadas. A pesar de todo cierro mis ojos esperando el sonido de mi alarma para iniciar el día, faltan aproximadamente cinco minutos, lo sé, acabo de ver la hora. Me levanto como quien quiere y no quiere y empiezo.
Sí, estoy despierto, la tediosa rutina matutina que siempre ha sido mi lucha está casi terminada, es la hora de esperar el autobús a la gran ciudad. Me encuentro con Angélica y con Dimitri, comenzamos una charla y esperamos el autobús. El autobús llega a la hora de siempre, era una madrugada en la que me encontraba particularmente cansado y decido dormir unos minutos antes de llegar a la ciudad, pero los mensajes de mamá anunciando las diligencias de hoy me trasnochan el día y simplemente hago lo de siempre: soñar despierto e imaginar cualquier locura que quisiera que sucediese, empiezo a maquinar la disparatada idea de ingenieros estudiando anatomía.
Ya estoy en la ciudad, faltan algunas horas para comenzar mis funciones de hijo bueno y concluyo que estoy a punto de morir de hambre, pero no es ningún problema, ya Angélica y Dimitri me acompañan al cafetín de la facultad. Mientras comemos, se acerca la segunda chica más extraña del día, comienza a decir una cantidad de cosas que dan miedo y risa a la vez, pero su tono cambia y aquí comienzo a prestar atención a todas sus palabras y mi mente las mastica lentamente para poder digerirlas fácilmente; la chica está enamorada y piensa que nadie se da cuenta.
Se hace tarde, entramos a una de las plazas de la facultad y nos encontramos con León y Rafael, quienes están esperando que comiencen sus respectivas clases, en un momento todos parecen tener que hacer algo y estoy solo conversando con Dimitri. Otro giro, todo el mundo está de vuelta y León está irritado porque su clase de inglés no ha comenzado aún, cuando llega el momento de irse decido asistir también a la clase, la más aburrida en la historia de los idiomas modernos. Una vez finalizada, León tiene que guardar su equipaje de viaje, lo acompaño, charlamos un poco y tomamos caminos separados, ahora estoy solo de nuevo.
Estoy en la calle, necesito un autobús, miro la hora y veo que estoy bastante retrasado para cumplir con los deberes de un hijo excelente. Llega el autobús, me encuentro con una vieja amiga y me siento a su lado, hablamos de temas absurdos y que aparentan ser filosóficos (son los más entretenidos), se suceden unos segundos de silencio y me pregunta: –¿Cómo es el semen?–. La miro horrorizado mientras indago qué clase de pregunta tan absurda es esa, ella me devuelve una mirada irritada y dice:
–Sabes perfectamente de lo que hablo, tienes dieciocho años, tienes que haberlo visto en tus manos unas cuantas veces.
–Esa es una realidad a medias, yo no… –Pero me interrumpe a mitad de la oración.
–No te hagas el listo conmigo, ¿Me vas a explicar o no?
Medito mis palabras para ser y no ser grotesco, –Es como mocos, pero blanco y huele bastante extraño. ¿Feliz?
–Mucho
¿Por qué quieres saberlo, de todo modos?
Se le dibuja una sonrisa de sien a sien, se levanta del asiento y me da un beso cerca de los labios, –Simple curiosidad –dijo–. Pongo mis brazos alrededor de su cuello y la acerco para abrazarla, le digo al oído que está demente y ella vuelve a sonreír y me dice: –No te imaginas como me encanta estarlo–. Baja del bus en la siguiente parada, yo lo haré cuatro cuadras más adelante cerca de la tienda de electrodomésticos donde se supone haré el presupuesto necesario para renovar algunas cosas de mi casa.
Salgo de la tienda, me encuentro con un par de compañeros de clases que me recuerdan los trabajos que hay que entregar para la semana que viene. No tengo tiempo para eso, sigo con mi camino. He terminado mi trabajo pero se acerca la hora del almuerzo y siento que el hambre de verdad podría matarme esta vez, así que comienzo la retirada a la universidad nuevamente. Reviso mi teléfono celular; un mensaje de la compañera del autobús:
–Los hombres son muy raros, pero a ti te quiero.
Esta vez soy yo el que sonríe, por un momento me hace profundizar en la locura de sus preguntas, pero llego a la conclusión de que no tienen sentido alguno. Aprovecho para escribirle a mi amiga Angélica que me espere en algún lugar ubicable para ir a almorzar.
Al llegar al lugar, encuentro a Angélica con su amiga extraña, ella está pálida y con las manos frías como el hielo (aún está enamorada). Mi amiga me explica que debe hacer unas cosas y que no podrá acompañarme al Comedor Universitario, así que invito a la otra chica, ella acepta comenzamos a caminar. Pasamos al lado de la morgue de la facultad hasta un pequeño camino de baldosas rojas y luego por otro camino de concreto hasta llegar al Comedor, donde convenientemente nos encontramos con León, su amigo Damián y otro grupo de estudiantes que los acompañan, mientras nadie mira nos hacemos más corta la fila para entrar a comer y continúa la charla hasta el momento de almorzar. El tema es música clásica, a pesar de que conozco el tema, me siento excluido porque no estoy al tanto de los tecnicismos que para ellos parecen novatadas, disimulo bien y continúo casi escuchando.
Han pasado unos minutos, nos despedimos de la amiga de la chica enamorada a la que nos habíamos encontrado después de comer. El tema de conversación no ha cambiado, solo el contexto y la chica comienza a dibujar un instrumento musical y se lo regala a uno de mis amigos, pero se hace tarde para ella y tiene que despedirse también. Damián, León y yo continuamos charlando hasta que Damián debe irse a preparar para su concierto de esta noche. No sabía nada de ese concierto y me animo a asistir porque jamás he podido escuchar una orquesta en persona, pero primero me esperan dos horas de Anatomía: abdomen, omentos y región inguinal.
Termina la clase y León se debate entre ir de una vez al concierto en la universidad prestigiosa que está cerca de la costa o ir a su casa a cambiarse de ropa, (los uniformes de la facultad no son exactamente elegantes). Finalmente se decide por irse de una vez, esperamos el autobús, el viaje es largo y nos toma cerca de media hora llegar al auditorio donde se celebrará el concierto.
Atravesamos la calle y estamos en la entrada de la universidad más cara de la ciudad para ver un concierto de piano, música de Beethoven. Mi compañero todavía se pregunta si debía haberse cambiado de ropa en su casa antes de venir a este lugar, realmente no parecemos encajar muy bien a la vista de toda esa gente refinada, pero al final ya no importa. Una llamada telefónica y una broma después nos encontramos con otro de los amigos de León, que nos está esperando en la entrada del auditorio y nos cuenta sobre posibles problemas técnicos con el piano, aunque no le damos demasiada importancia. Subimos y bajamos escalerillas y estamos en el lugar vacío. Buscamos asientos perfectos de tercera fila y delante de nosotros la orquesta sinfónica juvenil, no podemos ver a Damián, es difícil encontrarlo entre el amasijo de músicos e instrumentos y el señor gordo de cabello blanco que habla sin parar de los viajes exóticos que pueden hacer las personas que saben apreciar la música. Los dos muchachos que me acompañan están hablando sobre cosas que desconozco o no me interesan, me ponen al tanto de algunas de ellas, pero yo sigo solo en mi mundo viendo las cosas que me parecen importantes.
Veo entrar a una señora que me parece extrañamente conocida hablando en voz alta por teléfono y diciendo al que la escuchaba del otro lado que el concierto se había cancelado y que no era necesario que viniera, estoy un poco nervioso pero estoy seguro de que ella no tiene razón. Detrás de la mujer vienen dos muchachos; una chica y un chico que se sientan al lado de ella en la fila de adelante, pero apartados de nosotros. Me distraigo un momento y volteo para decir algo a uno de mis compañeros, miro de nuevo, otro muchacho está en el asiento del frente. La voz de la mujer me aturde y le dedico una mala palabra casi muda, pero de inmediato el muchacho del frente se voltea, me mira con odio, camina y se sienta junto a la mujer. Tengo mucha vergüenza, pero también muchísima curiosidad por sus ojos, parece que quiere llorar. Analizo bien mi insulto y nada, imagino que el tipo está loco y me burlo de él en mi mente.
El señor de cabello blanco sigue hablando con los músicos. Un hombre entra y le dice algo al oído, el señor continúa hablando con la orquesta y luego le dice todos que el concierto está cancelado, el piano se dañó a último minuto, tres de las teclas están inservibles. Ruido de instrumentos guardándose, padres acercándose al escenario, músicos medio decepcionados y medio felices. Damián se acerca a nosotros y se sienta en uno de los asientos vacíos y todos comenzamos a conversar, nos cuenta sobre un posible viaje a Roma y algo acerca de que debe practicar mucho para poder ir. La gente ya está saliendo.
Estoy concentrado en el muchacho de ojos llorosos y en la mujer, se movieron a las filas de atrás y están discutiendo, Damián me mira y voltea. –Es el pianista –dijo–. Yo también estaría molesto si a última hora me quitaran mi momento de brillar después de haberme preparado tanto.
Nosotros también comenzamos a salir, aunque todavía puedo escuchar al muchacho discutiendo y a la mujer respondiéndole: –¿Qué quieres que haga? Tres de las teclas no dan sonido, si pudiera arreglarlo lo haría.
Estamos afuera, todo el mundo está hablando. El cielo está oscuro. Me doy cuenta de que no sé cómo salir de ese lugar, mi corazón está acelerado y estoy sudando frio, pero lo disimulo bien, no hace falta salirse de control por ahora. Hay mucha gente a mí alrededor y tengo dinero suficiente para pagar varios viajes largos en taxi. Vuelve la calma y le informo a mis amigos que debo irme antes de que se haga más tarde, me despido de ellos y comienzo el aburrido viaje en taxi hasta casa de unos familiares, donde mamá me espera.
El transito es terrible y el camino se vuelve incluso más dilatado, pero no importa porque estoy en mi mundo otra vez, viendo y escuchando lo que quiero. Me acuerdo de la mujer que hablaba en voz alta y lo recuerdo perfectamente, es profesora en la facultad de arquitectura de mi universidad, pero eso es algo que pienso investigar luego.
Estoy en mi casa, saludo a mi familia, entrego los recados de mi madre y voy a dormir. Ha sido un día muy largo… Mañana… Mañana escribiré otra historia.
Kevin Yépez